jueves, 18 de febrero de 2010

El Apocalipsis según San Cucufato


En verdad os digo, que el fin de la Humanidad vendrá por un empacho de mamut.

Todo comenzará con una gran guerra. La Tercera Guerra Mundial. La guerra definitiva en la que, esta vez sí, participarán todos los países de este mundo. Incluido Liechtenstein, cuyo príncipe soberano, Hans-Adam VIII, morirá en la batalla al frente de sus tropas (formadas por él mismo; Frederic, su ayudante de cámara; y su cuñado Ludwing III) y al grito de "Por Dios y por Liechten...". Una bala trazadora le reventará la cabeza antes de terminar de pronunciar tan impronunciable nombre. Fuego amigo, dirá la radio televisión estatal de su país. Su cuñado Ludwing, dirán en los mentideros de Vaduz, capital del estado.

Tras la guerra, que durará ocho interminables años, el Hemisferio Norte del planeta quedará totalmente arrasado. Norteamérica, la vieja Europa, la no menos vieja China... medio planeta reducido a cenizas.

Comenzará entonces el mayor de los cambios climáticos habidos y por haber. La temperatura del planeta subirá una media de 50 º C de día, 40 de noche. En los dos casos a la sombra. Sobre todo en el segundo.

Las pocas cosechas que sobrevivirán a la guerra se quemarán bajo el abrasador calor de un sol de justicia. Los pocos animales que sobrevivirán a la guerra y a los restaurantes de comida rápida del siglo XXI morirán de sed bajo otro sol más justiciero aún (morirán primero los animales más ricos: la ternera, el cerdo, y las salchichas de pavo, con queso y chucrut).

La escasa población superviviente a la gran guerra se irá desplazando a América del Sur, único continente donde la vida será factible, y donde todavía habrá comida para unos pocos. No muchos.

Poco a poco la población se irá reduciendo al mínimo, azotada por las enfermedades, el hambre, y pequeñas microguerras combatidas con, como ya anticipó Einstein, palos y piedras. Hasta que finalmente 200 años después de la Gran Guerra, sólo quedará una pareja, una pareja desnutrida y enferma, que se establecerá a los pies del ya por entonces casi inexistente glaciar Perito Moreno.

Y entonces aparecerá. Entre las grietas del escuálido y recalentado glaciar. Perfectamente conservado tras cientos de miles de años descansando en paz bajo su tumba de hielo. Un mamut lanudo macho de siete años de edad, y nueve toneladas de peso.

Y él, el último Adán, y ella, la última Eva, harán una barbacoa, y comerán, y comerán, y comerán. Hasta que ella, saciada, dirá "yo ya no puedo más"; y él, saciado también, le contestará, "oye, pues esto hay que comérselo todo, que ya no se puede volver a congelar".

El resto será historia para otras civilizaciones... de otros tiempos... de otros planetas.





jueves, 4 de febrero de 2010

Mano de santo


El doctor me ha recetado un medicamento que está indicado para, y leo textualmente del prospecto, "perdidas de memoria, descenso de las facultades intelectuales, perturbaciones afectivas y del carácter...". Entre otras muchas cosas.

Y oye, mano de santo.

Tengo que tomarlo en dosis de 2 ml (antes de las comidas) pero, víctima de un ataque de nostalgia adolescente, he mezclado todo el contenido del frasco (50 ml) con un bote de coca-cola (33 cl), y me he ido de botellón de calimocho al parque de la esquina.

Es que el medicamento este tiene mogollón de etanol.

Vamos, que sabe a vino peleón con un toque de moscatel añejo que...

Y lo dicho: al margen de la resaca, mano de santo.

Con decirte que tras engullir tan explosivo brebaje me he acordado que ayer dejé un pollo asándose en el horno (no está seco, no...); he resuelto el nivel 6 del Singenio (que ya empezaba yo a desesperarme un poquito, la verdad); amo a todo el mundo (sin Biblia en la mano, y sin llamar a las puertas); y he contado cuarenta chistes de chinos mientras ayudaba a cruzar la calle a media docena de ancianitas (y a un corredor de footing que no terminaba de decidirse a cruzar el paseo de la Castellana, el tío cobarde).

Eso sí, en honor a la verdad tengo que decir que a Dominga la tengo un poco preocupada con lo de la risa tonta.

Por cierto, ¿saben aquel que están mil millones de chinos meando en una cabina telefónica?...