Pensé que desapareciendo del panorama una temporada el Club Bilderberg se olvidaría de mí y no intentaría hacer efectivas sus amenazas de acabar con mi vida.
Pero me equivoqué.
En esta temporada vacacional han intentado acabar conmigo haciendo uso de sus más viles malas artes. Primero lo intentaron saboteando mis sandalias, chanclas, cholas y demás calzado veraniego. Pero lo que los mercenarios del C.B. no parecían saber es que hacen falta más que unas simples rozaduras para hacer mella en un par de pies del 45.
Del número 45, no del año.
Así que decidieron probar salando una de chopitos hasta extremos inaceptables por cuerpo humano alguno, y envenenando la bebida con la que se pretendía acompañar dicha ración de tan suculento manjar.
Nuevo error de cálculo por parte de los listillos del C.B.: envenenaron el agua sin tener en cuenta que yo el agua ni probarla, que los peces fornican en ella, y se olvidaron de envenenar la cerveza, el tinto de verano, y la sangría.
Ante este nuevo y ya desesperante fracaso (desesperante para ellos, por supuesto) el C.B. mando a uno de sus agentes alados para atentar contra mi vida, y todo ello con nocturnidad y alevosía. Pero más sabe el náufrago por precavido que por náufrago, y el ataque de este malvado agente kamikaze me pilló con un ojo abierto y el otro también por lo que su caida en picado termino contra el colchón en lugar de contra este cuerpo serrano que les escribe.
Al agente del C.B. le tuvieron que recoger del suelo, y a mi del techo. Que uno está entrenado para sobrevivir a los villanos, pero no para esa clase de sustos.
Nos ha jodido.
Ahora este maléfico, y sobre todo feo, agente del C.B. pasa sus horas entre rejas a la espera de que solvente un pequeño problemilla técnico para realizar un duro e inapelable interrogatorio.
Por cierto, ¿no habrá, por casualidad, algún interprete de ultrasonidos entre los lectores?