¡Joder, no sois más que unos putos monos... Soltadme, hijos de mona!....
Las primeras descargas fueron una tortura pero luego uno se acostumbra al dolor. Probaron con ácido.
¡Cabrones... Putos primates... Me estáis destrozando!
Fuera la guerra era cada día más cruenta e, inevitablemente, se decantaba por el lado de los monos.
Saldré de aquí... escaparé... y acabaré con todos vosotros, ¡hijos de la gran mona!
Mi vida era un infierno, mis compañeros de cautiverio iban cayendo como moscas, pero yo aguantaba.
¡No quiero vuestra puta comida, monos de mierda!
Me alimentaba de cucarachas y de vez en cuando había suerte y caía alguna rata que despistada cruzaba por mi celda.
Un día uno de mis carceleros me dijo que la guerra había terminado, que el planeta estaba en manos de los simios. Decidieron dejarme vivo, aunque yo hubiese preferido que me matasen allí mismo. Me metieron en una jaula en el Zoo de la Casa de Campo.
¡Dadme una hembra al menos, cabrones!
Los niños-mono me tiraban cigarrillos. Algunos me sonreían y me hacían fotos.
Pasaron los meses, los años, y un día los niños-monos no vinieron a humillarme. Nadie vino. A lo lejos se oían explosiones y aullidos de dolor. Los cuidadores del Zoo se mostraban nerviosos.
Las ratas se han levantado en armas contra los monos. Quieren el dominio del planeta.
Los monos aguantaron menos que nosotros los humanos. En tres meses las ratas habían derrocado a los simios y se habían hecho con el control del planeta. Eran mucho mejores estrategas que los monos y, por supuesto, que nosotros los humanos.
¡Os jodéis, cabronazos... quien a hierro mata a hierro muere!
Una fría mañana de invierno las ratas pusieron a un mono en la jaula contigua a la mía. Los niños-rata le lanzaban cigarrillos. Y a mí, cacahuetes.
¡Meteros los cigarrillos por el culo, hijas de rata!
Les gritaba el mono mientras recogía los cigarros con cuidado.
Yo callaba. Recogía mis cacahuetes en silencio y los guardaba en una caja. Por la noche, sin que se diesen cuenta nuestros carceleros, nos lo intercambiábamos.
No hablábamos nunca, los monos no eran animales muy habladores, y yo no tenía muchas ganas de hablar con un puto mono . Sólo nos intercambiábamos nuestros vicios en silencio. Él se comía mis cacahuetes, yo me fumaba sus cigarrillos.
Un día el mono me habló por primera vez. Me dijo que tenía un plan para escapar de allí pero que necesitaba mi ayuda.
Escaparemos juntos; ¿eh, humano?
Vete a tomar por culo, puto mono,
le dije mientras me encendía mi último cigarrillo.
4 mensajes en la botella:
ehhh!!...pssst....pssst...el de la jaula de al lado...¿cuantos cigarrillos dices que te quedan?...NINGUNO!!??...dita sea mi estampa!!...¿y ahora qué hacemos?...a mi me quedan cacahuetes, así que, si tu no quieres...¡que te den!,pero yo me voy a negociar con los monos...Total, tampoco son tan diferentes a los humanos...¿no?...
Deberías haber hecho un trueque. Sus cigarrillos por tu billete del Monopoly.
"Hoy dice el periódico
que han hallado muerto al niño que yo fuí...
... que el hombre de hoy
es el padre del mono del año 3000..."
Pero el diario no decía nada de la rebelión de las ratas...
Besos muy "monos"
No dejas de impresionarme.
Genial.
Yo añado mi firma al último comentario... sin más.
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