miércoles, 27 de febrero de 2008

Por la boca cuenta el pez

Leo hoy en el periódico que un estudio de la Universidad de Padua revela que un pez solitario sabe contar hasta cuatro.

Qué cabrón, uno más que yo.


Las cuatro leyes del pez solitario de Padua sobre el amor.

1ª. No arrimes el ascua a tu sardina o te quedarás compuesto y sin sardina.

2ª. El amor no dura más de cuatro años.

3ª. Si te sientes solo, llama a Jesucristo

4ª. Quién te quiera, que se moje el culo.


viernes, 22 de febrero de 2008

Salvad al soldado Moore



Hay días que me siento como Vernon Moore. Y hoy es uno de esos días.

Vernon Moore era artillero del Lady be good, un bombardero B-24 Liberator de la Segunda Guerra Mundial.

El Lady be good, que tenía su base en Libia, desapareció el 4 de abril de 1943, cuando volvía de una misión en Nápoles.

De los 25 bombarderos que conformaban la misión el Lady be good fue el único que no regresó. Se le dio por caído en aguas del Mediterráneo, y a sus nueve tripulantes por desaparecidos en combate.





Quince años más tarde, en 1958, los restos del Lady be good fueron descubiertos sobre el desierto del Sáhara, a unas 400 millas al sur de su base. En contraposición con la versión que se dio en su día, el bombardero no había caído sobre el Mediterráneo si no que, de alguna manera, como aquel que se pasa de estación porque se ha quedado dormido, el Lady be good se pasó de largo su base y se adentró en el Sáhara.

De noche, el mar y el desierto son como los gatos, todos pardos, así que pensando que volaban sobre el Mediterráneo, y temerosos de un aterrizaje forzoso en el mar, la tripulación decidió saltar en paracaídas antes de que se terminase el combustible. El Lady be good voló sin tripulación 16 millas antes de estrellarse sobre la arena del desierto y quedar partido en dos.





Ocho de los nueve tripulantes sobrevivieron al salto, y comenzaron un largo y agónico caminar por el desierto. Consiguieron sobrevivir siete días sin apenas agua ni alimentos. Fueron cayendo uno a uno. Las anotaciones en los diarios encontrados junto a los cadáveres describen un auténtico infierno.

En febrero de 1960 los restos de cinco de los tripulantes fueron encontrados a 80 millas al norte del Lady be good.

En mayo del mismo año encontraron los cuerpos de dos tripulantes más, a 21 y 26 millas de los cinco anteriores.

En agosto encontraron el cuerpo del tripulante que no sobrevivió al salto, el primero en morir. Estaba a 12 millas al noreste del Lady be good.

A día de hoy, el cuerpo de Vernon Moore es el único que no ha sido rescatado; se encuentra todavía perdido en el desierto, como un náufrago en un mar de arena.






En 1970 la CBS estrenó “Sole Survivor”, un telefilme que toma como base la historia del Lady be good para crear una historia sorprendente con uno de los finales más impactantes que yo recuerde haber visto nunca. TVE española la emitió a finales de los 70 (tal vez principio de los 80) y desde entonces nada se sabe de ella. Nunca ha sido estrenada en cines. Existe una edición en DVD, aunque desconozco si ha sido distribuida en España. Me temo que no porque no hay manera de encontrarla. En la red hay una versión en inglés sin subtítulos pero de muy mala calidad. Buscando información sobre la película me he encontrado con que no soy el único que guarda en la memoria está película de la infancia. Resulta sorprendente ver la cantidad de gente, tanto en España como en otros países, que recuerda como está película les impactó cuando la vieron de chavales.

Si alguién intenta contárosla, no le dejéis. No permitáis que os la destripe. Tal vez un día tengáis la oportunidad de verla. Y si es así, no la dejéis escapar.

martes, 19 de febrero de 2008

Pasatiempos palanganeros: Blogxter

Un psicópata anda suelto por la red, pero tú no lo sabes porque es un artista de la doble vida.

De día trabaja para el Centro de Alerta Temprana Antivirus del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio. Analiza ficheros infectados. Busca pruebas para determinar quién es el virus que ha acabado con la vida util del fichero. Lucha contra el código maligno. Y le gusta su trabajo.

De noche saca al Mr Hyde que lleva dentro y se dedica a descuartizar a los personajes que habitan en esos millones de blogs abandonados que hay por la red. Lo hace porque no puede evitarlo. Lo lleva en el código genético. Un bug de ese mal programador de realidad virtual que fue Dios.

Se llama Blogxter Gordon y está siempre ahí. Vigilándote. A la espera de que abandones tu blog.

En El Sistema Binario, el post que acompaña a estas líneas y que fue publicado el 27 de junio de 2005 en el hace tiempo abandonado blog Pandemónium, Blogxter ha descuartizado a uno de los personajes. Le ha desmembrado. Y le ha quitado todo su sentido como personaje de ese post.

Encuentra a la víctima para poder presentárselo como prueba a la hermana de Blogxter, Deblogah Gordon, que trabaja con él y que está poseída por el demonio de la ignorancia (además de por al menos seis demonios más) que la tía no se entera de que ha compartido chupete con un psicópata.

Salvemos a Deblogah de las garras de ese psicópata. Y, ya que estamos, salvemos también a los personajes del blog de Clandestino de ser descuartizados por vivir en un mundo casi perfecto abandonado.




EL SISTEMA BINARIO



El hombre utiliza como sistema de numeración el sistema decimal por la sencilla razón de que tiene diez dedos. No hay más tu tía.


Como todos sabéis el sistema decimal se basa en diez dígitos, del 0 al 9, que combinados nos dan la posibilidad de contar del 0 al infinito o del 0 al menos infinito, según tengamos un buen día o un mal día.


Pero el sistema decimal no es el único que existe. Otros sistemas muy utilizados son el binario, que solo tiene 2 dígitos, el 0 y el 1; el octal, que se basa en 8 dígitos ( del 0 al 7 ); y el hexadecimal, que tiene 16 dígitos ( del 0 al 9 y de la A a la F).


El sistema binario es el que utilizan los caracoles, que no tienen dedos pero tienen dos cuernos con los que contar; los patos; las cabezas de los decapitados ( utilizan las orejas ); los heavies; los victoriosos; y, principalmente, los ordenadores, esas malditas máquinas del Demonio.


El octal es utilizado mayormente por las arañas, los pulpos, los calamares, los centollos, los trabajadores del aserradero que hayan perdido dos dedos, y el padre de la serie de TV "Con ocho basta".


El hexadecimal es utilizado principalmente por unos animales muy raros llamados informáticos.


Los ciempiés no saben contar. Lo intentaron hace mucho tiempo pero era demasiado complicado y tiraron la toalla.


El sistema binario es muy sencillo; el 0 en decimal es 0 en binario (también llamado base 2), el 1 decimal es 1 en binario y a partir de aquí se van combinando 0's y 1's: el 2 decimal es 10 en binario, el 3 es 11, el 4 es 100, el 5 es 101, el 6 es 110 y así hasta el infinito y más allá.


La verdad es que tenemos que dar gracias a quien corresponda por no haber sido creados con solo dos dedos porque en ese caso el té de las 5 sería el te de las 101; Sabina hubiese cantado "Y nos dieron las 1010 y las 1011, la 1 las 10 y las 11 y desnudos al anochecer nos encontró la Luna" y para hacer la primitiva necesitaríamos un paquete de folios. Entre otras muchas cosas más.


En cualquier caso si alguna vez os piden contar en binario y no os apetece comeros la cabeza solo tenéis que decirle al listillo de turno que os haya hecho la petición:


- "¿tú sabes contar?.


- Sí, claro...


- pues no cuentes conmigo.



nota: la imagen del sudoku binario ha sido tomada de la Inciclopedia y su resolución no forma parte del pasatiempo palanganero.
ACTUALIZACIÓN: La solución al pasatiempo en los comentarios.

domingo, 17 de febrero de 2008

Este blog...


... es personal, no te voy a mentir
no quiero hacer que sientas que no estoy aquí
y no hago más que rellenar el cenicero.

Es personal, no lo quiero decir
pero es lo que hace de ésta una ciudad hostil,
dame los frutos de tu amor de invernadero.

Y olvídate de mí porque en el fondo
estoy tocando fondo al reincidir
será porque me tienes a tu antojo
será porque es mejor también así.

Es personal, una puerta inaccesible
es personal, personal e intransferible
es personal, una puerta inaccesible
es personal, personal e intransferible

Es personal, no lo debes oír
pero es que a veces todo, nada da de sí
tendremos que poner los labios en remojo.

Y colocar un toldo ante los ojos
y hacer esfuerzos para no mentir
y respirar lo malo de nosotros
que lo peor lo guardo para mí.

Es personal...

Personal, Quique González.


miércoles, 13 de febrero de 2008

Las tres leyes de Hollerith sobre los usuarios informáticos


1. El usuario jurará por sus niños, esas criaturas que tiene como fondo de escritorio, que no pulsó el botón que pone "No tocar".


2. El usuario jurará por lo más sagrado, es decir, por su salvapantallas slideshow de fotos de sus niños disfrazados de elfos en la fiesta de Navidad del colegio, que a la pregunta "¿Está seguro de que desea pulsar el botón 'No tocar'?" no pulsó el botón "Aceptar" o "Sí, estoy seguro"... no recuerda.

3. El usuario siempre miente.


En la foto Herman Hollerith, considerado como el primer informático de la historia.

lunes, 11 de febrero de 2008

Particularidades



En este universo que nos ha tocado en suerte cada partícula tiene su correspondiente antipartícula, con la misma masa, el mismo spin, pero distinta carga eléctrica. La antipartícula del electrón, por ejemplo, es el positrón.

Cuando una partícula se encuentra con su antipartícula y entran en contacto los dos desaparecen en un destello de energía. Es lo que se conoce con el nombre de aniquilación partícula-antipartícula. De una aniquilación partícula-antipartícula puede llegar a nacer una nueva partícula.

Todo esto viene a cuento de que esta mañana me he encontrado con mi antiyó en uno de los pasillos del metro. Cada uno iba por un lado del pasillo. Supongo que más por una cuestión de cargas que de costumbres sociológicas. Por cierto, mi antiyó tiene más masa que yo, sobre todo en la barriga, y seguro que su spin es alquilado. Pero bueno, no seré yo el que ataque a mi antiyó. Aunque no puedo decir lo mismo de él.

Nos hemos mirado sorprendidos y, tras unos incómodos segundos en los que ninguno de los dos ha hecho o dicho nada, yo le he sonreido y he levantado la mano a modo de saludo. Era nuestro primer encuentro, así que un poco de amabilidad siempre viene bien para romper el hielo. Él, en cambio, ha fruncido el ceño, me ha apuntado con su dedo índice, y ha echado a correr tras de mí.

Qué cabrón.

Tras varios pasillos corriendo como taquiones desbocados he conseguido darle esquinazo al llegar al andén. Yo, de un vuelo corto pero certero sólo apto para supermanes y pajarracos, he conseguido entrar dentro del tren en el momento justo en el que se cerraban las puertas. Y él se ha quedado fuera. No ha conseguido tocarme y, por consiguiente, destruirme. Y él no debería olvidar que con mi huida no sólo he salvado mi vida, también he salvado la suya.

Eso sí, un buen corte de mangas mientras me alejaba no se lo ha quitado nadie. Me lo he ganado a pulso.

Siempre he pensado que en mi dualidad partícula-antipartícula yo tendría la carga negativa pero, vistas las tendencias suicidas de mi antiyó, no me queda más remedio que pensar que tal vez yo sea la parte positiva de este binomio.

O tal vez sucede que mi antiyo es muy curioso y le gustaría saber que nueva partícula nacería de nuestra destrucción. En ese caso le diría a mi antiyó que la curiosidad no tiene por qué matar a nadie más que al gato de Schrödinger.

Y para terminar recordarte, querido lector, que tu antitú anda por ahí, buscándote, deseando entrar en contacto contigo

Y tal vez corra más que tú.


jueves, 7 de febrero de 2008

Stephen Wiltshire en Madrid


Cada entrada que escribo me pregunto si tiene sentido que el nombre de este blog sea Diario de un náufrago en una palangana. Si esto realmente fuese un diario escribiría cosas como que hoy me he levantado tarde y cansado, y con más sueño que un tío sin párpados. Me he tomado un café y me he duchado. Pero no lo he hecho a la vez. Primero el café, y luego la ducha. Llamadme raro si queréis, pero es que no me gusta el café aguado. No me he afeitado. No me apetecía. Me he planchado una camisa, porque la única que tenía planchada era la que me puse ayer, y no era plan repetir camisa en el trabajo. Más que nada porque ya estaba repitiendo con lo de llegar tarde.

Cuando he llegado al trabajo me he sentado y me he puesto a trabajar. Dicho así parece una gilipollez, pero no lo es. Hay gente que llega al trabajo, se sienta, y no trabaja.

El trabajo ha sido como siempre: trabajo. Una sucesión de minutos, uno tras otros, a la espera de un descanso, bien sea para desayunar, para comer, o para salir a cenar, que es lo que hace mucha gente cuando sale del trabajo por la tarde: ir a cenar a casa, para volver corriendo al trabajo por la mañana.

En la hora de la comida me he ido al palacio de los deportes, a ver como llevaba el cuadro Stephen Wiltshire. Ayer, que también me pasé, lo tenía casi acabado; y hoy, lo tenía casi terminado.

Stephen Wiltshire es un artista británico al que llaman la cámara humana, o la fotocopiadora humana, porque dibuja, con plumilla, de memoria. La verdad, llamar fotocopiadora humana a una persona me parece de mal gusto. Pero bueno, parece ser que la imaginación ya no está en el poder. Ha sido derrocada por las prisas, me temo. O por cosas aún peores.

Stephen Wiltshire es autista, y tiene el Síndrome de Savant, lo que hace que tenga una memoria prodigiosa.

La British Telecom lo ha traído a Madrid, le ha dado una vuelta en helicóptero sobre la ciudad, según parece de media hora, y él se ha puesto a dibujarla de memoria.

Se ha tirado cuatro o cinco días dibujando la ciudad sobre un lienzo más ancho que alto (como una manta que yo tenía) y, aunque el Retiro, que según parece fue por donde comenzó el cuadro, no lo ha captado bien (parece una mezcla entre el Retiro y la Casa de Campo) el resultado es impresionante.

He vuelto al trabajo pensando que Stephen Wilshire tiene cara de buena persona, y que un poco de su memoria no me vendría mal para recordar que esto es un diario, y que tengo que escribir que hoy me he levantado tarde y cansado, y con más sueño que un tío sin párpados. Me he tomado un café y me he duchado. Pero no lo he hecho a la vez. Primero el café, y luego la ducha. Llamadme raro si queréis, pero es que no me gusta el café aguado. No me he afeitado. No me apetecía. Me he planchado una camisa, porque la única que tenía planchada era la que me puse ayer, y no era plan repetir camisa en el trabajo. Más que nada porque ya estaba repitiendo con lo de llegar tarde.

Cuando he llegado al trabajo me he sentado y me he puesto a trabajar. Dicho así parece una gilipollez, pero no lo es. Hay gente que llega al trabajo, se sienta, y no trabaja.

El trabajo ha sido como siempre: trabajo. Una sucesión de minutos, uno tras otros, a la espera de un descanso, bien sea para desayunar, para comer, o para salir a cenar, que es lo que hace mucha gente cuando sale del trabajo por la tarde: ir a cenar a casa, para volver corriendo al trabajo por la mañana.

En la hora de la comida me he ido al palacio de los deportes, a ver como llevaba el cuadro Stephen Wiltshire. Ayer, que también me pasé, lo tenía casi acabado; y hoy, lo tenía casi terminado.

Stephen Wiltshire es un artista británico al que llaman la cámara humana, o la fotocopiadora humana, porque dibuja, con plumilla, de memoria. La verdad, llamar fotocopiadora humana a una persona me parece de mal gusto. Pero bueno, parece ser que la imaginación ya no está en el poder. Ha sido derrocada por las prisas, me temo. O por cosas aún peores.

Stephen Wiltshire es autista, y tiene el Síndrome de Savant, lo que hace que tenga una memoria prodigiosa.

La British Telecom lo ha traído a Madrid, le ha dado una vuelta en helicóptero sobre la ciudad, según parece de media hora, y él se ha puesto a dibujarla de memoria.

Se ha tirado cuatro o cinco días dibujando la ciudad sobre un lienzo más ancho que alto (como una manta que yo tenía) y, aunque el Retiro, que según parece fue por donde comenzó el cuadro, no lo ha captado bien (parece una mezcla entre el Retiro y la Casa de Campo) el resultado es impresionante.

He vuelto al trabajo pensando que Stephen Wiltshire tiene cara de buena persona, y que un poco de su memoria no me vendría mal para recordar que esto es un diario, y que tengo que escribir que hoy me he levantado tarde y cansado, y con más sueño que un tío sin párpados. Me he tomado un café y me he duchado. Pero no lo he hecho a la vez. Primero el café, y luego la ducha. Llamadme raro si queréis, pero es que no me gusta el café aguado. No me he afeitado. No me apetecía. Me he planchado una camisa, porque la única que tenía planchada era la que me puse ayer, y no era plan repetir camisa en el trabajo. Más que nada porque ya estaba repitiendo con lo de llegar tarde.

Cuando he llegado al trabajo me he sentado y me he puesto a trabajar. Dicho así parece una gilipollez, pero no lo es. Hay gente que llega al trabajo, se sienta, y no trabaja.

El trabajo ha sido como siempre: trabajo. Una sucesión de minutos, uno tras otros, a la espera de un descanso, bien sea para desayunar, para comer, o para salir a cenar, que es lo que hace mucha gente cuando sale del trabajo por la tarde: ir a cenar a casa, para volver corriendo al trabajo por la mañana.

En la hora de la comida me he ido al palacio de los deportes, a ver como llevaba el cuadro Stephen Wiltshire. Ayer, que también me pasé, lo tenía casi acabado; y hoy, lo tenía casi terminado.

Stephen Wiltshire es un artista británico al que llaman la cámara humana, o la fotocopiadora humana, porque dibuja, con plumilla, de memoria. La verdad, llamar fotocopiadora humana a una persona me parece de mal gusto. Pero bueno, parece ser que la imaginación ya no está en el poder. Ha sido derrocada por las prisas, me temo. O por cosas aún peores.

Stephen Wiltshire es autista, y tiene el Síndrome de Savant, lo que hace que tenga una memoria prodigiosa.

La British Telecom lo ha traído a Madrid, le ha dado una vuelta en helicóptero sobre la ciudad, según parece de media hora, y él se ha puesto a dibujarla de memoria.

Se ha tirado cuatro o cinco días dibujando la ciudad sobre un lienzo más ancho que alto (como una manta que yo tenía) y, aunque el Retiro, que según parece fue por donde comenzó el cuadro, no lo ha captado bien (parece una mezcla entre el Retiro y la Casa de Campo) el resultado es impresionante.

He vuelto al trabajo pensando que Stephen Wiltshire tiene cara de buena persona, y que un poco de su memoria no me vendría mal para recordar que esto es un diario, y que tengo que escribir que hoy me he levantado tarde y cansado, y con más sueño que un tío sin párpados. Me he tomado un café y me he duchado. Pero no lo he hecho a la vez. Primero el café, y luego la ducha. Llamadme raro si queréis, pero es que no me gusta el café aguado. No me he afeitado. No me apetecía. Me he planchado una camisa, porque la única que tenía planchada era la que me puse ayer, y no era plan repetir camisa en el trabajo. Más que nada porque ya estaba repitiendo con lo de llegar tarde.

Cuando he llegado al trabajo me he sentado y me he puesto a trabajar. Dicho así parece una gilipollez, pero no lo es. Hay gente que llega al trabajo, se sienta, y no trabaja.

El trabajo ha sido como siempre: trabajo. Una sucesión de minutos, uno tras otros, a la espera de un descanso, bien sea para desayunar, para comer, o para salir a cenar, que es lo que hace mucha gente cuando sale del trabajo por la tarde: ir a cenar a casa, para volver corriendo al trabajo por la mañana.

En la hora de la comida me he ido al palacio de los deportes, a ver como llevaba el cuadro Stephen Wiltshire. Ayer, que también me pasé, lo tenía casi acabado; y hoy, lo tenía casi terminado.

Stephen Wiltshire es un artista británico al que llaman la cámara humana, o la fotocopiadora humana, porque dibuja, con plumilla, de memoria. La verdad, llamar fotocopiadora humana a una persona me parece de mal gusto. Pero bueno, parece ser que la imaginación ya no está en el poder. Ha sido derrocada por las prisas, me temo. O por cosas aún peores.

Stephen Wiltshire es autista, y tiene el Síndrome de Savant, lo que hace que tenga una memoria prodigiosa.

La British Telecom lo ha traído a Madrid, le ha dado una vuelta en helicóptero sobre la ciudad, según parece de media hora, y él se ha puesto a dibujarla de memoria.

Se ha tirado cuatro o cinco días dibujando la ciudad sobre un lienzo más ancho que alto (como una manta que yo tenía) y, aunque el Retiro, que según parece fue por donde comenzó el cuadro, no lo ha captado bien (parece una mezcla entre el Retiro y la Casa de Campo) el resultado es impresionante.

He vuelto al trabajo pensando que Stephen Wiltshire tiene cara de buena persona, y que un poco de su memoria no me vendría mal para recordar que esto es un diario, y que tengo que escribir que hoy me he levantado tarde y cansado, y con más sueño que un tío sin párpados. No me he tomado el café porque ya sería el quinto y claro, luego no duermo y no descanso y me levanto con más sueño que un tío sin párpados. Y me he duchado. No me he afeitado. No me apetecía. Me he planchado una camisa, porque la única que tenía planchada era la que me puse ayer, y no era plan repetir camisa en el trabajo. Más que nada porque ya estaba repitiendo con lo de llegar tarde.

Cuando he llegado al trabajo me he sentado y me he puesto a trabajar. Dicho así parece una gilipollez, pero no lo es. Hay gente que llega al trabajo, se sienta, y no trabaja.

El trabajo ha sido como siempre: trabajo. Una sucesión de minutos, uno tras otros, a la espera de un descanso, bien sea para desayunar, para comer, o para salir a cenar, que es lo que hace mucha gente cuando sale del trabajo por la tarde: ir a cenar a casa, para volver corriendo al trabajo por la mañana.

En la hora de la comida me he ido al palacio de los deportes, a ver como llevaba el cuadro Stephen Wiltshire. Ayer, que también me pasé, lo tenía casi acabado; y hoy, lo tenía casi terminado.

Stephen Wiltshire es un artista británico al que llaman la cámara humana, o la fotocopiadora humana, porque dibuja, con plumilla, de memoria. La verdad, llamar fotocopiadora humana a una persona me parece de mal gusto. Pero bueno, parece ser que la imaginación ya no está en el poder. Ha sido derrocada por las prisas, me temo. O por cosas aún peores.

Stephen Wiltshire es autista, y tiene el Síndrome de Savant, lo que hace que tenga una memoria prodigiosa.

La British Telecom lo ha traído a Madrid, le ha dado una vuelta en helicóptero sobre la ciudad, según parece de media hora, y él se ha puesto a dibujarla de memoria.

Se ha tirado cuatro o cinco días dibujando la ciudad sobre un lienzo más ancho que alto (como una manta que yo tenía) y, aunque el Retiro, que según parece fue por donde comenzó el cuadro, no lo ha captado bien (parece una mezcla entre el Retiro y la Casa de Campo) el resultado es impresionante.

He vuelto al trabajo pensando que Stephen Wiltshire tiene cara de buena persona, y que un poco de su memoria no me vendría mal para recordar que esto es un diario, y que tengo que escribir...

lunes, 4 de febrero de 2008

El soldadito pintado con plomo


En estos momentos hay un soldado de Naboo apuntándome con su arma. No es una metáfora, ni una paja mental de las mías. Realmente está ahí, en posición de combate, dispuesto a volarme la cabeza de un disparo.

Lleva un uniforme amarillo mostaza, de corte clásico. Con un peto rojo quetchup rancio que le cubre tanto el pecho, como la espalda, los hombros, y las partes nobles, también llamadas impúdicas. Supongo que dará igual de que planeta seas, en todas partes las patadas en las partes nobles duelen. Y hay que protegerlas, por muy impúdicas que sean.

Las botas son altas, de cuero, al igual que la especie de protección que cubre los antebrazos.

Lleva unos guantes a juego con el peto. Yo le he dicho que gato con guantes no caza ratones, y que soldado con guantes y con el dedo en el gatillo se le escapa un tiro fijo. Así que apunta para otro lado, tío. Pero ni puto caso.

Remata el uniforme una gorra de plato, aunque no sé si es de primer o segundo plato.

El uniforme es feo de cojones, pero a las chicas de Naboo les vuelve locas. La erótica de los uniformes no sabe de gustos.




Apenas mide cinco centímetros, incluida la base circular sobre la que se apoya, y debe estar acojonado porque no ha bajado el arma desde que lo encontré, tirado en un cruce en la calle O'Donell.

Es muy posible que viva en las Torres Blancas, que es un claro ejemplo de arquitectura naboo en Madrid. Me pregunto cuándo nos visitaron, y por qué no decidieron hacer mejor un palacete como el de la reina Amidala.





Las Torres Blancas en Madrid




Le he dicho que no debe preocuparse, que baje el arma, que no soy un ser belicoso, y que, aunque lo fuese, hoy estoy tan cansado que no entraría en combate contra él.

Y no le miento. Estoy tan cansado, física y mentálmente, que ya hablo hasta con los muñecos de plástico.

Si al menos fuese de plomo...

El Soldadito de Plomo, de Hans Christian Andersen, ha sido siempre mi cuento preferido.

Qué magnífica historia. Qué maravilloso final. Qué gran tragedia.

Todavía, cuando pienso en él, se me caen unos lagrimones como puños.

Hubo un tiempo en el que pensaba que alguien tendría que reescribir el cuento. Un nuevo soldadito de plomo que terminase convirtiéndose en general, y que tuviese a Tamara Rojo a sus pies. A los dos, que en esta nueva versión al soldadito de plomo le crecía una pierna nueva por obra y gracia de un mago que estaba al servicio de un rey que le daba a la ginebra. Tamaríz el Encantador se llamaría el mago. Y el soldadito de plomo y la bailarina internacionalmente reconocida se casarían, vivirían felices los seis (el soldadito, la bailarina, y las cuatro piernas), y comerían 2x1 de pizza barbacoa.

Pero ahora no, ahora pienso que el mundo necesita al soldadito de plomo. Tal vez, como decía el Lichis, el mundo ya no necesite una canción de amor, pero si al pobre soldadito de plomo cojo.

Creo que voy a cortarle una pierna a mi soldadito de plástico de Naboo. En cuanto baje el arma.

Llamadme sádico si queréis.

domingo, 3 de febrero de 2008

Oro plástico


Hubo un tiempo en el que tener una tarjeta Visa o MasterCard Oro era símbolo de riqueza y poder que, según parece, son un matrimonio que siempre van juntos de la mano... que bonito es el amor... pero que gonito, gonito.

Ibas a un restaurante a cenar, a un buen restaurante, de esos que no se pide bocadillo calamares y ración de bravas, para impresionar a tu chavala, y cuando ibas a pagar sacabas tu tarjeta de débito del Caja Madrid y la dejabas en la bandejita, toda verde, toda acojonada. Y entonces, en la mesa de al lado se abría un cartera y aparecía una Visa Oro, y el mundo se paraba, y trompetas celestiales surgían del techo, y una luz brillante envolvía a los comensales, y el camarero... perdón, el chef, que ya hemos dicho que era un restaurante de no tomes pan y mojes, que cogía la tarjeta y entonces el mar se abría para dejar paso a la Visa Oro hasta la caja registradora prometida, donde llegaba como un Moisés seguido por sus fieles tarjetas de débito.

Entonces tu chica miraba la Visa Oro, te miraba a ti, y ponía ojos de "contigo pan y cebolla" y el mundo era cascada de colores, y la vida era hermosa, y que bonito es el amor... pero que gonito, gonito.

Pero ahora cualquiera puede tener una Visa o MasterCard ORO, cualquier muerto de hambre, cualquier milungui. Yo mismo me he encontrado una a mi nombre, y sin pedirla, en mi buzón. De una entidad bancaria en la que no tengo cuenta pero que me financión la compra de un colchón. Y no era de esos de Lo Monaco, que son de mucho nivel, era un buen colchón pero era un colchón de tarjeta de débito, si acaso de Visa Plata, pero no de Visa Oro.

Desde que he recibido la MasterCard Oro no puedo dormir. Es como si en lugar de un guisante verde, que era lo que yo tengo bajo el colchón, tuviese un lingote de oro.

Creo que voy a devolverla, además, no tengo más sitio en la cartera para nuevas tarjetas, tendría que quitar la del videoclub y con lo que a mi me gusta ver las pelis de romanos, o gomanos, tumbado en el sofá abrazado a una mujer creo que le van a dar por donde amargan los pepinos a la MasterCard Oro.

Que bonito es el amor, pero que gonito, gonito.



publicado originalmente en Pandemónium el 15 de julio de 2005