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martes, 16 de febrero de 2016
Y los sueños cascotes son.
No consigo recordar si, cuando se podía fumar en todas partes, se podía fumar también en el cine.
Echo la vista atrás y me veo fumando en el metro, en el autobús, en el avión.
Recuerdo pedirle con un cigarro en la boca cuarto y mitad de queso en lonchas al charcutero; y al farmacéutico una caja de condones con un cigarro en la mano, encendido poco antes de entrar para mitigar la tensión del momento. Y recuerdo al funcionario fumando detrás de la ventanilla.
Recuerdo fumar en el instituto, en el hospital, y en las bodas, bautizos, y comuniones.
No me hagáis mucho caso, pero creo recordar que alguna vez el médico te recibía fumando. O, al menos, recuerdo ver un paquete de ducados y un mechero sobre su mesa.
Pero, maldita sea, no consigo recordar si veíamos las películas fumando.
Imagino que no, que al igual que no se podía comer pipas, ni chicles, no se podía fumar en las salas de cine. Sí en el vestíbulo, o en el bar del cine. A mitad de película ponían en la pantalla el cartel de “Visite nuestro bar” y salíamos a fumar un cigarro, y a tomar un botellín. Cinco, diez minutos. No sé. Fumábamos, bebíamos, y hablábamos. Y entonces sonaba un timbre, y apurabas el cigarro y el botellín, y entrabas de nuevo en la sala, a seguir viendo la película. Sin prisas. Tranquilamente.
Y es que, tal vez, la gran diferencia entre estos tiempos que corren y aquellos pasados es que, aparte de que antes se podía fumar en todas partes y ahora en ninguna, antaño no teníamos tantas prisas para todo como tenemos ahora. Esperar formaba parte del día a día. Y, tal vez, sólo tal vez, eso de esperar, qué demonios, tenía su encanto.
Quedabas con tu chica a las ocho en el banco del parque y si a las ocho y cuarto no había llegado todavía, esperabas. Fumando. Porque fumando esperas. Y cuando a las ocho y media aparecía, con cara de culpabilidad, tú la mirabas con cara de reproche, y la cogías de la mano para ir donde fuese, no importaba dónde, porque en ese momento no había prisa por llegar a ningún sitio.
Ponías la tele y, si no había nada interesante, cambiabas de canal; y, si tampoco había nada interesante, pues esperabas a que empezase algo interesante, en cualquiera de los dos únicos canales que teníamos.
Terminado el Sorteo de Navidad esperabas hasta el día siguiente a que los periódicos sacasen, en papel, la lista oficial de números premiados, para ver si te había tocado al menos una pedrea.
Esperabas al telediario de las tres para saber qué había pasado en el mundo. Y, si no llegabas a tiempo para verlo, no pasaba nada. Esperabas al de la noche. Y si no lo veías, ya verías Informe Semanal el sábado. No había prisa por ver lo dramático que es todo en este mundo.
Ahora, si quedas a las ocho y a las ocho y cinco no has llegado, ya te están mandando un wasap al móvil preguntando dónde estás. ¿Qué ha pasado? ¿Vas a tardar mucho? Y así cada cinco minutos hasta las ocho y media.
Y si pones la tele y no hay nada interesante cambias de canal, y cambias de canal, y cambias de canal, y cambias de canal, y si en los treinta y ocho canales que tienes no hay nada te desesperas, porque no puedes esperar a que empiece algo interesante.
Y a los cinco minutos de terminado el sorteo de Navidad ya sabes que no te ha tocado ni una puta pedrea, porque, por supuesto, no puedes esperar hasta el día siguiente para saber que eres un primo, que te has gastado una pasta gansa a lo tonto.
Y si hay un terremoto en las antípodas, o un gran incendio, o un tsunami, o un atentado, no puedes esperar a la noche para ver los cadáveres, para ver a gente anónima con su vida destrozada para siempre. Necesitas verlo ya, en tu móvil.
Y, la verdad, no sé por qué esto es así. Que respondan los sabios.
Volviendo al cine, en mi barrio había un cine. Un cine de barrio. Con su única sala, su olor a ambientador que solo tenía ese cine, su bar, su sesión continua, y su prohibición de comer pipas y chicles. Vamos, un cine como Dios manda.
Un día, el cine echó el cierre. La verdad, sigo sin entender por qué, porque en el cine de mi barrio ponían las mismas películas que en cines de la Gran Vía, con una semana de retraso con respecto al estreno en los grandes cines, eso sí, pero más barato. Esperabas una semana a que la película del momento llegase al cine del barrio, y te ibas tranquilamente dando un paseo a verla. No había prisa.
Imagino que el motivo del cierre fue que la gente cayó rendida ante el encanto de los multicines. Diez salas, con diez películas distintas donde elegir, en diez horarios distintos, y rodeado de tiendas y restaurantes donde puedes comprarte esa camisa que te sienta tan bien, y comerte esa hamburguesa que te sienta tan mal. Yo, sinceramente, no le encontré ningún encanto a los multicines que abrieron en el pueblo. No por lo de las tiendas o las hamburguesas, que me parece perfecto, es que las salas eran una puta mierda, las películas se veían de puta pena, y el sonido era pésimo. Y no tenían ese olor a ambientador que solo tenía el cine de mi barrio.
Tras el cierre, el cine de mi barrio, que era un edificio independiente, quedó ahí como un monumento a tiempos pasados y, según mucha gente, entre ellos Karina, mejores. De vez en cuando lo utilizaban para grabar alguna película, o alguna serie, de policías, creo recordar, o para dar algún premio u homenaje a algún vecino ilustre, que haberlos, los había.
Y un día, alguien entró en el bar de la esquina y dijo que iban a derribar el cine.
¿Los multicines?
No, el cine. Van a hacer un bloque de viviendas con calidades de lujo.
Cagoenlaputa.
Y la cerveza nos supo amarga ese día.
Me han dicho que Serrat le canta a los fantasmas del Roxy. El cine de mi barrio no era famoso como el Roxy, ni ha tenido nunca fantasmas más allá de algún chulito de barrio que le gustaba pavonearse ante las chicas, pero el día que lo derribaron la gente del barrio se pasó para darle su último adiós, y alguna que otra lágrima cayó en la arena del descampado. Hubo gente que cogió un cascote del cine ya derribado y se lo llevo a casa, a casa de sus padres, porque por aquel entonces todos vivíamos todavía en casa de nuestros padres, cada uno en casa de los suyos, eso sí, nunca cambiábamos de padres, porque al igual que el cine de mi barrio era un cine como Dios manda, nosotros éramos hijos como Dios manda, es decir, respetábamos a nuestros padres, a los padres de nuestros padres, a los padres de los padres de nuestros padres, y al padre Alfredo, que era el cura del barrio, al que, por cierto, le encantaba ir al cine a ver las de romanos.
Cuando esos hijos como Dios manda se hipotecaron y se fueron de casa de sus padres a casa propia imagino que se llevarían consigo el cascote del cine del barrio, y lo guardarían en el trastero, metido en una caja de zapatos. Junto al ZX Spectrum, y a la caja con los casetes.
Y un día de estos subirán al trastero, a buscar una herramienta, y verán la caja de zapatos, llena de polvo, y se preguntarán qué demonios guardarían dentro. Y al abrirla se encontrarán con el cascote, y mirarán asustados hacia el techo pensando que se está derrumbando el edificio, el mundo, o la vida, que, dicho sea de paso, no es más que una mala película de
serie B que se proyecta en cinecascote.
viernes, 25 de diciembre de 2015
Viaje al centro de la Navidad
Feliz Navidad a toda la gente de bien.
A la gente de mal que les den por donde amargan los pepinos.
Belén encontrado en el fondo de una mina abandonada
(de Wolframio, nada menos) en la Sierra de Guadarrama.
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Sueños húmedos
¿A vosotros nunca os ha pasado que vuestro cerebro os engaña para que sigáis durmiendo?
A mí sí, constantemente.
A las seis de la mañana suena el despertador y, en el tiempo que tardas en alargar el brazo para apagarlo, tu cerebro crea un sueño en el que llaman de la empresa para decirte que una tortuga gigante del Serengeti, de 8 toneladas de peso y 6 metros de altura, se ha fracturado una pata justo a la entrada de la oficina, y es imposible acceder al recinto porque no hay ni dios que consiga quitar ese obstáculo de en medio. Así que hoy, no se trabaja.
Y entonces bendices al mundo animal, y sus fracturas, y apagas el despertador y sigues durmiendo.
Pero tú, que eres un tío desconfiado, a las seis y media de repente te despiertas, porque algo no cuadra, y te levantas, y te maldices porque te das cuenta que tu cerebro te ha engañado y tendrás que apresurarte si no quieres volver a llegar tarde al trabajo.
Enciendes la tele y, sorprendentemente, ves en la puerta de tu oficina, junto a una tortuga gigante de 8 toneladas de peso y 6 metros de altura, a ese reportero de corbatas ridículas que siempre da las noticias chorras, dando datos técnicos sobre la vida y obra de las tortugas gigantes del Serengeti. Y a Martínez, el de contabilidad, haciéndose un selfie con la tortuga. Y ves como a lo lejos se acerca, tocando la campana, un camión de bomberos, y detrás un volquete con un cargamento de escayola, y el reportero de corbatas ridículas informando que los bomberos, en colaboración con Escayolas Garrido e Hijos, y la Sociedad Protectora de Tortugas Gigantes del Serengeti, van a hacer la mezcla para escayolar la pata fracturada de la tortuga, que el pobre animal está sufriendo.
Y entonces tú, que eres un tío leído, te das cuenta de que los camiones de bomberos ya no llevan campana, que llevan una sirena, y que la campana que has oído era tu despertador, y te levantas, y te maldices porque tu cerebro, aunque sea menos leído, es más listo que tú, y te ha vuelto a engañar, y saltas de la cama, y vas corriendo a preparar café porque, aunque ya son las siete, sin un café en el cuerpo tú no sales de casa.
Y entonces, mientras estás echando el café en el filtro, asoma por la puerta de la cocina Jessica Alba, despeinada y en bikini, y te mira con esos ojos que nunca consigues recordar de qué color son, y le dices “Cariño, me he vuelto a quedar dormido”, y ella se aparta un mechón del pelo que le cubre la cara, te mira con ternura, y te dice mientras se le desliza sobre el brazo un tirante del bikini, “anda, tonto, vuelve a la cama, que hoy es domingo”.
“¿Domingo?”, repites nervioso, mientras miras la etiqueta del Primark que le asoma a Jessíca Alba por debajo del bikini, “¿domingo?”... y entonces apartas de un manotazo a Jessica Alba de tu camino y sales corriendo hacia el dormitorio, y por el pasillo piensas ¿acabo de apartar de un manotazo a Jessica Alba en bikini?, y llegas al dormitorio y ahí estás tú, en la cama, roncando como un cerdo..
Y te maldices porque tu cerebro está empezando a jugar sucio. Sacudes con fuerza el cuerpo en tu cama al grito de ¡despierta coño! y entonces te das cuenta de que no eres tú el que está roncando en la cama, que es Mark Knopfler que, con cara de money for nothing, intenta incorporarse para decirte lo absurdo que es perder el tiempo en tu mierda de trabajo. Pero al empezar a incorporarse la cinta elástica que lleva en el pelo se le engancha en el cabecero de la cama y, una vez que alcanza su elasticidad máxima, hace que su cabeza regrese violentamente hacia atrás, con tanta fuerza y mala fortuna que choca contra el cabecero y se parte en dos, pero no dramáticamente, con sangre, trozos de cerebro, y money for nothing por todas partes,… se parte en dos como un kínder sorpresa.
Y del interior del kinder sorpresa sale Raffaella Carrá, toda llena de lentejuelas, cantando y bailando como una posesa. Y, mientras una lágrima recorre tu mejilla, dices “Hola, Raffaella”, y mueves tu culo al ritmo de la música. Torpemente. Como bailas tú, estés despierto o dormido.
Tengo una amiga, tengo una amiga que su marido se queda mucho en casa
Y entonces, entre las trompetas y los trombones, oyes como un murmullo de agua corriendo. Y le dices a la Carrá que deje de cantar, y ella dale que te pego con que el pobrecito, está malito, no tiene fuerzas por eso no trabaja, y tú que te calles, coño, y ella que calla, y se queda quieta, sobre una pierna, con la otra en vertical junto a su cuerpo, con una rodilla pegada a la oreja. Y afinas el oído; y sí, es el murmullo de agua corriendo lo que oyes. Y entonces te das cuenta.
¿A vosotros nunca os ha pasado que os habéis quedado dormidos bajo la ducha?
miércoles, 12 de septiembre de 2012
Qué suerte tienes, ladrón.
Hoy, señoras y señores, Mazinger cumple 40 años.
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Mazinger, como un cuarentón más |
Nació en Japón, en su versión manga, el 12 de setiembre de 1972. La versión anime, es decir, la serie de dibujos animados, se comenzó a emitir casi tres meses más tarde, el 3 de diciembre. A España llegó en 1978, y para Mazinger debió ser como venirse a hacer la mili, porque le dieron por todas partes.
Quiero decir, que entre censuras y polémicas aquí en España tan solo llegaron a emitir 32 episodios del total de 92 que formaban la serie completa. Que era demasiado violenta, decían. Ponte Tele 5 ahora en horario infantil, no te jode.
Pero bueno, 32 capítulos fueron suficientes para que ese robot gigante quedase grabado a fuego en el corazón de piterpanes cuarentones y nostálgicos de los cojones como yo.
Perdonen, pero a veces no me soporto.
Para celebrar el 40 aniversario de Mazinger, y coincidiendo con la visita de su creador Go Nagai al Salón del cómic de Barcelona, Norma Editorial ha empezado a publicar los manga originales. En tres tomos. Así, chiquititos.
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No se observa pero sí, son chiquititos. |
Por cierto, para el que no lo sepa, el manga no se lee como el resto de cómics. El manga se lee de derecha a izquierda, es decir, se empieza por la última página, y se termina por la primera. Vamos, como leemos muchos el periódico los domingos de resaca. Lo complicado es que las viñetas, así como los bocadillos que éstas contienen, también se leen de derecha a izquierda. Un lío, vamos. Mejor verlo en un ejemplo.
Cosas de japos, que ya sabemos todos que son más raros que un perro verde pistacho.
Todo esto de cómo se lee el manga lo cuento para que no os pase como a mí, que no lo sabía y el primero que me compré fue una versión del Diez negritos de Agatha Cristie, y nada más abrirlo ya sabía quién era el maldito asesino.
O asesina.
O asesinos.
O asesinas.
Que no quiero yo destripar nada en este blog.
Pero bueno, vamos a lo que importa: hoy Mazinger Z cumple 40 años y desde Diario de un náufrago en una palangana queremos desearle feliz cumpleaños y, sobre todo, decirle que "fotónico y cuarentón, qué suerte tienes, ladrón".
jueves, 3 de mayo de 2012
El abismo bajo tus pies
Llevamos unos años, tres o cuatro, caminando por el Caminito del Rey; sorteando agujeros; haciendo equilibrios; con la extraña y angustiosa sensación de que el suelo se va a derrumbar bajo nuestros pies.
Pero eso, parece, que no era nada, un lujo de camino. Y ahora la cosa se complica. Y nos ponen de golpe, a empujones, y sin arnés, sobre el sendero que asciende al monte Huá Sha, una de las cinco montañas sagradas de China, que para algo los chinos son expertos en esto de pasarlas canutas.
Y al final, me temo, vamos a caer, como cayó del Eiger el malogrado Toni Kurz, que luchó, y luchó, y luchó, pero al final no pudo más o, como él dijo antes de morir, Ich kann nicht mehr.
Pero bueno, no nos pongamos dramáticos, y pensemos que siempre habrá un paracaídas a mano con el que descender suavemente nuestro Eiger particular.
Eso sí, hace falta, además de la ayuda del paracaídas, pericia. Y, por qué no decirlo, suerte. Aunque sólo sea un poco.
sábado, 24 de marzo de 2012
El olor del pegamento de las coderas por la mañana
Estoy dejando de fumar. No de golpe, claro. Y no del todo. A mí los radicalismos nunca me han gustado.
Dicen que cuando dejas de fumar engordas porque te da por comer. Sustituyes el cigarrito por el pan. O por las salsas. O por el pan mojado en salsas.
Ocurre que...
Estoy dejando de comer. No de golpe, claro, Y no del todo. A mí los radicalismos nunca me han gustado.
Dicen que cuando te pones a régimen, si eres fumador, fumas más. Sustituyes el pan, o las salsas, o el pan mojado en salsas por el cigarrito.
¿Lo han oído?... Es el universo, que se está plegando sobre si mismo.
El caso es que...
Si no puedes sustituir lo que habitualmente sustituye a lo sustituido, por algún otro lado tienes que sustituir.
A mí me ha dado por poner coderas a mis camisas, y por llamar al contestador automático del Ciudadano García.
Lo de las coderas está empezando a ser enfermizo: una vez que terminé con mis camisas rotas, seguí con las que no necesitaban de remiendos. Ahora se las pongo a las camisas nuevas. Se las pongo antes de quitarle las etiquetas. Si no me gusta como quedan, las descambio. Con las coderas puestas, por supuesto. Ayer descambié una. Era de Armani. Las coderas de todo a 100. El dependiente me miraba raro, pero yo me enfrenté a su mirada con dignidad.
Lo de las llamadas al contestador automático está empezando a ser humillante. García sólo ha emitido una en su programa, y fue la primera que hice. Me pregunto si no tengo nada importante que decirle al Ciudadano García. O a la ciudadanía en general.
Pero sobre todo me pregunto qué sustituye a qué: si las coderas a los cigarritos y las llamadas a la comida, o viceversa.
Lo que sí tengo claro es que me gusta el olor del pegamento de las coderas por la mañana... y supongo que esto te suena.
miércoles, 21 de marzo de 2012
El abominable hombre de las nieves
¿Hay algo más insoportable que un reportero de Madrid Directo
en el Puerto de Navacerrada?
El Puerto de Navacerrada en 1920
domingo, 11 de marzo de 2012
Con dos de extremaunción, por favor.
Sí, la nueva reforma laboral es una putada, ya lo sé; al menos para los que tenemos trabajo (para los que no lo tienen está por ver). Pero os aseguro que hay cosas peores: en mi empresa consideran que se queda corta, y han decidido que lo mejor es dar el finiquito a aquellos trabajadores que pierden el tiempo tomando café.
Y cuando digo dar el finiquito lo digo en el sentido más extremo de la palabra.
¡Qué Dios nos pille confesados!
martes, 20 de diciembre de 2011
Noches de blanco satén
Anoche soñé que alguien, en el metro, lanzaba una copa desde el otro andén. Un trofeo, no un recipiente de cristal. Y que le atizaba en la cabeza a una señora que esperaba junto a mí la llegada del convoy. Una señora de pelo cano, pero cara juvenil.
La copa, que tenía una pesada base de mármol, le abría una enorme brecha en el cráneo por la que se le veía el cerebro, blanco como la nieve. Pero no os preocupéis: la señora estaba bien.
- Estoy bien, estoy bien - repetía como avergonzada mientras se incorporaba para seguir esperando la llegada del próximo convoy.
Y efectivamente: estaba bien.
También soñé que despertaba, inquieto por el sueño que había tenido, y que miraba por la ventana. Había nevado, y estaba todo blanco. Como el pelo de la señora de pelo cano y cara juvenil. Como su cerebro.
Y de pie, frente a la ventana, con el frío de la noche entrando por mis pies descalzos, sentía que nada estaba bien, y me acostaba de nuevo para seguir soñando con copas que vuelan, mujeres invencibles, y calles de blanco satén.
No sé muy bien qué puede significar todo esto, pero me fascinan los sueños en los que sueño que despierto.
Y algo me dice que pronto nevará.
jueves, 27 de octubre de 2011
Se lo juro, yo no soy George Lucas
Hacía mucho tiempo que no tenía que hacerme un carné con foto. El último carné que mi hice era el de la biblioteca, y ahí les importa tres cojones tu careto. En realidad les importa tres cojones todo porque los que trabajan allí nunca hablan, y si lo hacen lo hacen muy bajito, como si les importase tres cojones todo. Sobre todo tu careto.
En la carta que me envió la DGT me decían que me presentase en un sitio de esos que te cuentan los brazos y las piernas y si suman cuatro eres apto para conducir. Yo creo, además, que les da lo mismo si la proporción es 2 + 2. Si vas con tres piernas y un brazo te van a dar también por apto. Deben cobrar por miembros. A 10 euros el miembro, más o menos.
También me decían en la carta que no hacía falta que llevase foto, que ellos te la hacían. Y, aunque en un principio pensé ¡de puta madre!, luego me di cuenta de la tragedia que representa.
Y es que tras contarme los miembros (2 + 2 en mi caso), hacerme leer cuatro letras, y ponerme a jugar con una vídeo-consola del siglo XV, con juegos del XVI, me dijeron que me sentase en una silla y mirase la cámara.
- ¿Qué cámara?, pregunté tras sentarme.
- Esa que tienes delante.
- Pero si eso es una webcam.
- Tú mira, y no te muevas.
- Y además es de Fisher-Price.
- Baja un poco la cabeza.
- Mi sobrina tiene una igual.
- Un poco más.
- Tiene casi tres años.
- Un poco más.
- Mi sobrina, no la webcam.
- Vale, ya puedes levantarte.
Resultado: ese no era yo, era George Lucas, el tío sin cuello.
- Si quieres la repetimos.
- No, déjalo. Quiero irme, tengo un terrible dolor de cuello.
Y luego me hicieron firmar con un boli sin bola, en un cacharro como el que tienen las cajeras del Mercadona.
- ¿Es esta tu firma?, me preguntaron mientras me mostraban un garabato en el monitor.
- No, eso es un dibujo de mi sobrina. ¿Por qué tiene usted un dibujo de mi sobrina en su PC?
- ¿Es o no tu firma?
- No, pero da igual. Quiero irme de aquí.
De esto hace poco más de un mes. Ayer mi sobrina cogió mi cartera y se puso a sacar todos los carnés. Cuando sacó el de conducir se derrumbó, y se puso a llorar como una magdalena.
Tiene casi tres años.
Mi sobrina, no la magdalena.
domingo, 9 de octubre de 2011
La maldición de las Octogárgolas de París
Cuentan los Sagrados Manuales de Usuario en sus anotaciones a pie de página que fueron condenadas, tras un acto de rebeldía contra el dios ASCII, a deambular eternamente por las catacumbas de París.
Cuentan también que, por un bug de programación en la condena, cada 8 de agosto, a las 8 de la mañana, escapan de su lúgubre prisión y son libres de caminar, con su paso monótono y mecánico, por las azoteas de la ciudad de la luz. Hasta las 8 de la tarde. Momento en el que tienen que regresar a las catacumbas.
Pero algunas, atrapadas tal vez por la belleza de las férreas curvas de la torre Eiffel; o de las pétreas curvas de la cúpula del Sacré Coeur; o, qué demonios, de las carnosas curvas de las bailarinas del Moulin Rouge, no regresan al subsuelo.
Y cuando el reloj del Defensor del Tiempo da la última de las ocho campanadas verspertinas, esas octogárgolas rebeldes que no regresaron a su oscura prisión quedan petrificadas, per sécula seculórum, en las paredes de las calles de París.
Sí, eso cuentan los Sagrados Manuales de Usuario.
lunes, 28 de febrero de 2011
Inspiración, conspiración
No me llega la inspiración.
Supongo que serán los dos meses encerrado entre cuatro paredes viendo como las conspiraciones invadían mi mente. Dos meses haciendo inventario de todas las conspiraciones que el mundo no ve, o no quiere ver. Eso acaba con cualquier tipo de inspiración.
Tengo unos dos mil folios de conspiraciones. Escritos, por supuesto, en clave. Y guardados, por supuesto, bajo llave.
Y mi abogado tiene instrucciones de que si me pasa algo, si aparezco flotando en el Manzanares, o colgado de un puente de la M-30, o ahogado en mi pripio vómito en una pensión de Malasaña, o dormido en el sofá, en calzoncillos, y destapado; tiene instrucciones, decía, de hacer público todo lo que sé. Y de vender mi viejo coche para pagar el entierro.
Como muestra, un botón, y no es el que dará inicio a la guerra nuclear:
- ¿Quién está detrás de wikileaks? Porque, seamos sinceros, quién se cree que, con esa cara de pánfilo, Julian Assange sepa tanto y tenga tantos cojones. Además, el tío está vivo. ¡Con todo lo que ha contado, y sigue vivo!... En mi barrio, por menos de nada te partían la cara, los brazos, y las piernas. Joder, si al Chelete le tiramos desde lo alto del castillo por contar lo del agujero en la pared del vestuario de las chicas.
- ¿Qué intereses ocultos hay en que Bigas Luna sea presidente de la academia de cine española?... ¿Presentará Buenafuente la próxima gala de los premios Goya en pelotas?... ¿Enseñará la Sardá un pecho a lo Janet Jackson?... ¿Darán el Goya al mejor polvo a cuatro patas?...
- ¿Por qué George Cloonye no se pasa al té?... Con todas las putadas que le hace el dios Malkovich ya es aguante el que tiene el tío, ¿no?... ¿Es, además de actor, un yonki de la cafeína?...
- ¿Es Quique Sánchez Flores el Doctor House en chándal?...
- ¿Es el Doctor House Quique Sánchez Flores con cojera?...
Terrible, ¿verdad? La cabeza me va a reventar.
Por cierto: ¿soy el único que piensa que Justin Bieber es un bug de Youtube?
sábado, 20 de noviembre de 2010
Cuarto y mitad de york
Anoche, el Capitán Haddock se me apareció en sueños. Llevaba un pedo del quince, y preguntaba por un perro.
- ¿¡Dónde coño está el perro!?
- ¿Qué perro?, le pregunté yo.
- ¡El perro del menda este!
- ¿Qué menda?
- ¡El duncandú... o el rintintín... o su puta madre!
- ¿Tintín?
- Sí, ese. ¡Tintín! ¿Dónde cojones está el puto perro de Tintín?
- ¿Milú?
- ¡Joder, chaval, me estás tocando los cojones!
- Y tú no hablas como en los cómics. En los comics hubieses dicho "Mil millones de rayos y centellas, grumete, no me confundas".
- ¡Esto no es un cómic, es un puto sueño!
- Ya, pero es MI puto sueño, y en mis sueños el Capitan Haddock debería decir rayos, centellas, ectoplasma, prosófago, y cosas así.
- Vale chaval, lo que tu digas. ¿Has visto al perro, o no?
- No.
- ¡Pues entonces no me toques los cojones con palabros!
Y se fue, tal y como había venido: con un pedo del quince. Pero llevándose, además, la botella donde en este blog se dejan los comentarios. Una botella de vino Mariani, original de 1866.
- ¡Capitán, deje esa botella ahí, que está vacía!
- ¡Calla, coño, especie de... anacoluto!
Sí, ya sé que suena a locura febril, pero anoche el Capitan Haddock se me apareció en sueños. Y esta mañana un perro, un Fox Terrier con un bocadillo de pensamiento sobre la cabeza, me ha despertado a lametazos.
En el interior del bocadillo había cuarto y mitad de york.
miércoles, 27 de octubre de 2010
Una noticia de impacto
Leo la noticia, así, sin anestesia, y pienso: esto si es matar moscas a cañonazos, y lo demás son tonterías.
Bueno, más bien, matar cañones a moscazos.
Pero sobre todo pienso en el ingeniero aeronáutico que diseñó el cohete. Me lo imagino llegando a su casa el día en el que el Congreso de los Estados Unidos, o quien fuese, dio el visto bueno al inicio del proyecto.
- Hola cariño, ¿qué tal hoy en el trabajo? - le diría su esposa, Mary Lou Jane.
- Bien. Mañana mismo los del taller van empezar a construir un cohete que he diseñado yo.
- ¡Qué bien! ¿Y a dónde lo vais a mandar?... ¿A Marte?... ¿A navegar entre los cristalinos anillos de Saturno?... ¿Tal vez a Plutón, el planeta helado?
- No. Lo vamos a estrellar.
- ¡No jodas!
- Si, contra la Luna. Y Plutón ya no es un planeta, Mary Lou Jane. Te lo he dicho cientos de veces.
- Pues estrellarlo contra Plutón, no te jode el listo los cojones.
Le veo pasear por los hangares, tan triste.
- ¿Jefe, de qué color le pintamos el cohete?
- Del que te salga la polla.
- Vale, vale... .
Le oigo llorar en el Hooters, apoyado sobre la barra, mientras sus amigachos ven en la pantalla gigante de tan inclito garito la final de la Super Bowl, rodeados de camareras de pechos del tamaño de un planeta.
- ¿¡Pa què... tantos años de estudio y tetas pa qué!?... Perdón, de sacrificio... de estudio y sacrificio, quería decir.
Y me compadezco de él porque intuyo que se sentirá como si Leonardo da Vinci hubiese terminado escribiendo tu nombre en un grano de arroz; o como si Miguel Ángel hubiese rematado su carrera artística pintando el techo del baño de los López, marido y mujer, y residentes en Madrid; o como si Beethoven hubiese acabado su vida musical componiendo para King África.
Pero bueno, no todo está perdido. Le queda el consuelo, de que tal vez, sólo tal vez, en un universo paralelo su cohete termine llegando a la Puerta de Tanhäuser, o al infinito, o más allá.
O, mejor todavía, el consuelo de mandar a tomar por culo a la NASA, y que Mary Lou Jane vuelva a su trabajo en el Hooters.
Pero en la cocina, que le quede clarito a los amigachos.
lunes, 6 de septiembre de 2010
Big Bang
Vino escuchando la noticia por la radio, y no daba crédito.
Para que negarlo, la furia le invadía por momentos. Esa furia que durante milenios había atemorizado a generaciones y generaciones de hijos. Creyentes, y no creyentes. Pródigos, y sumisos. Con barba, y rasurados.
Aparcó el coche en su plaza y, mientras esperaba la llegada del ascensor que le llevaría directo a su despacho, sacó el rotulador que llevaba siempre en el bolsillo de su chaqueta, y se puso a escribir en la pared.
Cuando llegó a su despacho pulsó el botón del interfono que le ponía en comunicación con su secretaria
- Buenos días, Señor.
- Buenos días. Localízame a Gabriel, que venga en el acto, y vete buscando la dirección de un tal Stephen Hawking.
- Muy bien, señor.
- Ah, y una cosa: hay una pintada en el acceso del parking al ascensor.
- Ahora mismo mando a alguien de mantenimiento.
- No. Que nadie la toque. Quiero que se mantenga ahí por los tiempos de los tiempos.
- Amén.
Cortó la comunicación, se encendió un puro y, tras apoyar la cabeza en el respaldo de su sillón, cerró los ojos.
Y expulsó un aro de humo que ascendió tembloroso sobre su cabeza.
jueves, 10 de junio de 2010
¡El poder, la verdad!

Bueno, mejor dicho, el pánico.
Más bien terror.
Como muchos de vosotros habréis visto en los medios, el Club Bilderberg ha estado estos días en España. Con motivo de la reunión anual que hacemos para solucionar (más bien crear) los problemas del mundo, han dicho.
No señores. Mis lectores más antiguos saben perfectamente la verdad. Saben la auténtica razón de su estancia en España. Saben que ellos vienen por mí. A matarme.
Pero ni me han encontrado, ni me encontrarán. Estoy escondido como una comadreja. Agazapado como un hurón. Inmóvil como un lagarto. Y hambriento como un oso cavernario recién llegada la primavera.
Estoy en un lugar secreto, más secreto que su club; un lugar seguro, más seguro que su dinero.
Eso sí, bajo mínimos. En las condiciones más precarias.
Ahora mismo, por ejemplo, para escribir esta entrada estoy conectado con el viejo Spectrum 48K que guardo en el trastero; utilizando como antena un bote de pringles que me dejé olvidado un día que subí a ordenar el trastero, y como monitor mi vieja tele portátil LCD Citizen de 2,2 pulgadas, comprada en Andorra hace 20 años y que guardo en el trastero.
Ahora mismo, por ejemplo, para escribir esta entrada estoy conectado con el viejo Spectrum 48K que guardo en el trastero; utilizando como antena un bote de pringles que me dejé olvidado un día que subí a ordenar el trastero, y como monitor mi vieja tele portátil LCD Citizen de 2,2 pulgadas, comprada en Andorra hace 20 años y que guardo en el trastero.
Es en color. Y tiene UHF.
Estoy hambriento, y hace frío, pero tengo a mano un par de cajas con ropa de invierno. Tengo ropa de abrigo, y puedo comer polillas. Y unas cuantas migas de pringles.
Por cierto, no recordaba que a mi álbum de Mazinger Z le faltase el cromo nº 74.
Pero bueno, todo eso no importa. Lo importante es que estoy en un lugar tan secreto que nunca me encontrarán.
Os dejo, que tengo que bajar al piso a echar una meada.
Será mejor que suba un orinal.
Sí, será lo mej... ¡Coño, aquí está el cromo 74!
Si sabía yo que este lo había puesto en un marco.
Si sabía yo que este lo había puesto en un marco.
jueves, 27 de mayo de 2010
Moviendo la tibia y el peroné
Dominga tiene nuevo entretenimiento.
- ¿Qué es bailar?, me ha preguntado esta mañana.
- ¿Bailar?... joder... bailar es algo que os gusta mucho a las mujeres, y hacéis de puta madre y que no gusta nada a los hombres, y que hacemos de puta pena, pero que hacemos porque a las mujeres os gusta... vamos, para ver si con par de bailes, y un par de copas de más, esta noche... ya sabes... esta noche... que no nos queda más cojones, vamos, si queremos... tú me entiendes... bueno, y hasta aquí puedo leer.
Como siempre, no he terminado de convencer a Dominga con mis definiciones.
- Yo quiero bailar.
- Y yo una XBOX 360, pero...
- Enséñame a bailar...
Y el caso es que... mira, que no lo hago yo tan mal.
- ¿Sabes?... hoy es tu día de suerte, Dominga... no es por echarme flores, pero bailo yo que no parece que tenga articulaciones. Venga, dame espacio, que te voy a enseñar a mover la tibia y el peroné.
Yo es que no aprendo.
A los diez minutos la tía estaba bailando que ni Ginger Rogers en sus mejores tiempos (si es que lo llevan en los genes, las jodías) y a los quince se estaba descojonando de mí.
- Menudo pato estás hecho.
- No te pases.
- No sabía yo que tuvieses dos pies izquierdos.
- Que no te pases...
Ahora cada vez que me ve se descojona y se va bailando.
- Cuac, cuac, cuac...
Y yo que me creía Christophen Walken.
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