Tiene, en un nuevo e imperdonable error de concepto por parte de la humanidad, la simpatía de la gente; pero el pájaro cuco es un auténtico hijo de puta.
Como parásito no tiene rival. El pez rémora, el piojo, la garrapata, tu cuñado… meros aficionados frente al pájaro cuco.
No me creen, ¿verdad? ¿Qué coño estás diciendo, tío?, piensan, ¿ese frágil pajarillo, tan simpático, tan hermoso, tan cantarín, un hijo de puta? No. Imposible. No puede ser.
Muy bien, pues pongamos las cartas sobre la mesa. Veamos como se las gasta el pájaro cuco.
El pájaro cuco, que lo sepa todo el mundo, no construye su nido, utiliza los de los pájaros de otras especies. ¿Para que molestarse en deslomarse construyendo un nido si ya lo han hecho otros pringaillos antes? ¿Para que dejarse los ojos buscando ramitas? ¿Para que cargar como una mula? ¿Para que ser esclavo de una hipoteca durante los próximos treinta años?
Ni la cigarra tiene tanto morro, pajarraco.
Pero es que ni siquiera incuba sus huevos, porque los nidos ajenos que utiliza no están abandonados. Tienen dueño. Y están 100% operativos. Vamos, resumiendo, que el pájaro cuco deja sus huevos entre los huevos de otros pájaros para que éstos los incuben mientras él se toca los huevos.
Manda huevos, pajarraco.
Pero es que ahí no acaba la cosa. Cuando el huevo del pájaro cuco eclosiona y el pequeño pájaro cuco viene a este mundo, el muy hijoputa no quiere compartir el nido con el resto de los pájaros, y acaba con ellos antes incluso de que vengan a este mundo cruel lanzando los huevos fuera del nido.
Qué cruel, pajarraco.
No se vayan todavía, que aún hay más. El pájaro cuco, frío y calculador como ninguno, pone los huevos con la intención de que sus crías nazcan antes que las demás (las demás son las dueñas del nido, no lo olvidemos), para que, tras nacer, tire los huevos y se haga dueño y señor del nido. Pero si, por esas prisas que tienen algunos en venir a este mundo lleno de apetitosos gusanos y lombrices, uno de los pajarillos dueños del nido nace antes que el pájaro cuco éste, cuando nazca y vea que tiene compañía, acabará con él. Y no lo hará contratando sicarios, o haciendo que parezca un accidente. No señores, lo lanzará él mismo contra el duro suelo. Y ojito con aquel que se vaya de la lengua. Si has sido testigo de tan despiadado asesinato cuídate de contarle nada a la pasma, que de chivatos con zapatitos de cemento está el fondo del arroyo lleno.
Te mereces arder en el infierno, pajarraco.
Así se las gasta el pájaro cuco. Si no me creen vayan a la wikipedia. O a la Espasa-Calpe. O, mejor aún, lean el cuento que, en su libro Tres pájaros de cuenta, el maestro Delibes escribió sobre el pájaro cuco.
En casa de mi abuela marcaba las horas un reloj de cuco. Y digo marcaba porque mi padre apareció el otro día con el reloj de cuco de mi abuela debajo del brazo. Y ahora el reloj de cuco marca las horas desde una de las paredes del salón de mis padres.
Esto no lo cuenta Delibes en su cuento, pero el puto pájaro cuco de mi abuela sale cada media hora. Si son las medias sale una vez. Y canta: ¡CU-CU!
Sin son las en punto sale tantas veces como la manecilla pequeña marque.
Y encima sale dando un portazo, el muy hijoputa.
El día tiene 24 medias horas, y 24 horas en puntos. Dos la 1, dos las 2, dos las 3, dos las cuatro… dos las 12.
En el salón de mis padres hay una tele y un sofá, muy cómodo. Mucho más cómodo que el mío. El salón de mis padres es un buen sitio donde descansar.
Perdón, era un buen sitio donde descansar.
El puto pájaro cuco del reloj de mi abuela nos tiene a todos desquiciados. A todos menos a mi padre, claro, que está encantado y disfruta como un enano viendo al pájaro cuco salir del interior de esa infernal máquina del tiempo. Ciento ochenta veces, sale el puto pájaro cuco a lo largo del día.
Ciento ochenta veces.
El otro día, aprovechando que mi padre había salido a comprar una escarpia más robusta sobre la que colgar el reloj, mi madre nos reunió a todos, a los hermanos Añejo al completo, en el salón, frente a un café humeante.
Tras unos interminables minutos de silencio nos miró… uno a uno… lentamente... y, justo en el momento en el que el sonido de una llave girando en una cerradura anunciaba el regreso del señor de la casa (o del nido, como ustedes prefieran), dejó de remover el azúcar en el café, y dijo:
- Alguien debería volar el nido del cuco.
Eran las cinco y media de la tarde. El pájaro cuco salió para ver su nueva y reluciente escarpia.