miércoles, 27 de junio de 2007

Miércoles de cenizo

Miércoles, que gran día.

Avería en la RENFE al ir a trabajar.

Avería en la oficina al llegar (tarde, por supuesto...)

Por cierto, ¿por qué el puto teléfono nunca se avería?

Avería en el metro al volver a casa.

Avería en el bus...."Bajense que este ha dicho que hasta aquí hemos llegado".

Y para ponerle la guinda al día una multa injusta (justo el día después de que el coche salga del taller por una avería).

Sí, injusta.

Creo que me voy a tomar un descanso bloguero. Por una parte voluntario, y por otra parte obligado (es que esto se va a averiar en 10 minutos, me juego la palangana).

No sé a que dedicaré el tiempo que dedicaba a bloguear. Lo más seguro es que me compre unos
monos de agua y me pase las horas muertas viendo como resucitan para llevar una triste y patética vida de monos de agua.

Ustedes sean felices mientras tanto.




jueves, 21 de junio de 2007

Pequeños enigmas de la humanidad (3)

Que una madre se lleve a su niño a una reunión de vecinos puedo llegar a entenderlo. No es aconsejable, por el trauma que le puede crear al pequeño, pero bueno... no todo el mundo tiene la suerte de tener a alguién que cuide de sus hijos en su ausencia.

Que el niño vaya a la reunión con una pelota me cuesta un poquito más entenderlo. Sí, me cuesta, porque una pelota es una pelota... pum... pum...pum... es decir, su función en esta vida es la de ser botada... pum... pum.... pum... una y otra vez... pum... pum.... pum... una tras otra... pum... pum... pum... Pero puedo, haciendo un gran esfuerzo, llegar a entenderlo.

Pero, y esto es lo que no podré llegar nunca a entender, este es el pequeño enigma que me carcome por dentro: ¿¡qué clase de mente enferma decide que la pelota con la que el niño se va a entretener en una tensa e interminable reunión vecinal sea de baloncesto!?

lunes, 18 de junio de 2007

Comida ultrarápida

Hoy me ha quedado claro que el concepto de comida rápida no se refiere sólo a la velocidad con la que se consume. También, para nuestra desgracia, se refiere a la velocidad con la que se prepara.

Hoy he comido un bocata en un sitio de estos donde sirven bocatas y ensaladas. Con sus patatas, con su refresco, con su bolsita de quetchup y, sí la pides, de mostaza.

Y con su rapidez.

Ya sabéis de que os hablo.

Yo hoy he pedido un menú chupi-no-se-qué, que traducido al cristiano es un bocata de jamón y queso, con lechuga, tomate y mayonesa, acompañado de un refresco, unas patatas, y unos sobrecitos de quetchup y mostaza (estos últimos, los de mostaza, los he tenido que pedir, claro).

Bueno, pues al bocata de jamón y queso, con tomate, lechuga y mayonesa, lo llaman bocata por no llamarlo canapé gigante, porque la persona (que lo voy a llamar persona por no llamarlo animal) que lo ha preparado tenía tanta prisa que, en primer lugar, le ha pegado el corte al pan por el lado superior de la barra, en lugar de pegárselo por un lado (ponte gafas cocinero/a, te digo, por no mandarte a tomar por culo); y en segundo lugar, porque después de pegarle el corte no ha abierto el pan, directamente me ha echado todos los elementos que conforman el bocata encima (aquí directamente te voy a mandar a tomar por culo, cocinero/a... al menos haberlos untado, y me hacía a la idea de que me estaba comiendo un tosta)

¿Tan difícil es preparar un bocadillo?. Que en diez segundos se hace, joder, no hay porque hacerlo en 2 segundos y 130 milésimas (¡nuevo record mundial para el cocinero/a!... desde aquí le aplaudo y le digo que para celebrarlo no deje de irse a tomar por culo).

Claro, todo esto te lo meten una bolsa de papel con la forma y tamaño de un bocata, y te lo llevas. Y cuando ves que no te han preparado el bocata, que te han dado la materia prima para que te lo hagas tú, pues intentas reconstruir, con tus manitas, eso que debería ser un bocata.

Y te pones las manos que ni un niño de año y medio año jugando con su papilla. Y te acuerdas en la persona que te ha hecho el bocata, y de parte de su familia, porque además, la servilleta no la tienes que pedir, pero sólo te dan una, fina, y enana.

Resumiendo, que a mí no me ven más el pelo. Aunque como esto siga así, que es un suma y sigue diario de “a mi no me ven más el pelo”, me va a tocar comerme el aire, que no es que hoy en día en esta ciudad sea de muy buena calidad, pero al menos todavía es gratis.

Nos están vacilando continuamente, y encima pagamos por ello. Cinco con noventa y cinco, más concretamente.
Mañana me voy al Bar Rambo.

domingo, 17 de junio de 2007

Grandes frases de la historia del cine (III)




"Chencho, hijo mío, ¿dónde estás?"


El abuelo en La Gran Familia

jueves, 14 de junio de 2007

Salvemos al oso matritense

Me desayuno esta mañana con la noticia de que el Consejo de Mujeres de Madrid va a iniciar una campaña para reivindicar que el oso del escudo de Madrid, símbolo de esta ciudad junto con el madroño, no es un oso, que es una osa.

No, si el que se aburre en este país es porque quiere.

Yo, que me gusta hacer las cosas a lo grande, iría más lejos que estas consejeras.

A mí, desde pequeñito, me han enseñado que el rojo que pinta nuestra bandera, la bandera rojigualda, simboliza la sangre de los caídos por ¡EsPAña!.

Bien, pues digo yo una cosa... ¿no será de las caídas?... ¿qué pasa, que las féminas no han defendido esta nuestra tierra de botijo y tortilla de patata de las invasiones, fuesen estas bárbaras (me refiero a las invasiones, no a las mujeres) o civilizadas?... ¿No fueron, por ejemplo, las mostoleñas las que al grito de ¡Mostoleños! se levantaron el armas contra las hordas invasoras francesas?...

Por consiguiente, mañana, en cualquiera de las tabernas que se levantan en este Madrid (y si me da tiempo, y el cuerpo aguanta, en todas) iniciaré una campaña de sensibilización social para conseguir que el ministerio de Sanidad, o quién corresponda, realice un análisis de sangre de nuestra enseña nacional para determinar si esos caídos eran en realidad caídas.

Y como se me dé bien la cosa y me dé tiempo a visitar todas las tabernas, envalentonado por los vinos de Navalcarnero, de Arganda del Rey y de San Martín de Valdeiglesias solicitaré además que se determine como andaban esos caídos (o caídas) por ¡EsPAña! de colesterol, de triglicéridos, de transaminasas o cómo demonios se llamen, y de demás cosas raras que buscan los doctores en el oro rojo que corre por nuestras venas, que no sé por qué pero tengo yo la impresión de que en este país los héroes (o heroínas) han sido siempre gente de mal vivir, es decir, de buen comer, mejor beber, y de andar con malas compañías, de esas que fornican por vicio, no por dar un hijo a su servicio...

¡Qué no, joder, qué no!... ¡Salvemos al oso matritense!... ¡No a la castración de los plantígrados!.



lunes, 11 de junio de 2007

La honradez en un cajón de saldos


Hace poco me encontré un pendrive en el metro. Tirado en el suelo en uno de los pasillos que dan acceso a los andenes. Es curioso, pero la gente pasaba a su lado y nadie se agachaba a recogerlo. Puede incluso que se llevase un par de patadas gratuitas. Y lo más seguro es que con la tercera hubiese terminado en las vías. Era de 256 Mb y le faltaba la caperuza que protege el conector USB. Yo iba de camino al curro.

Cuando llegué a la oficina lo conecté, navegué por su interior, localicé un par de teléfonos en un documento, y llamé. A los pocos días, tras quedar en un punto determinado a una hora determinada, le devolví a su dueño el pendrive perdido.

La semana pasada, en la Feria del Libro del Retiro, compré un libro, que para eso sirven las ferias de los libros, para vender y comprar libros, y me dieron el cambio mal. Me dieron de más.

- Toma, que me has dado 50 céntimos de más – le dije al librero, que es el que vende libros, que para eso sirve un librero, para vender libros y para mirar al infinito cuando no los está vendiendo. El tío no miró al infinito, me miró a mí como si fuese un extraterrestre de esos que deben vivir allá, en el infinito.

-Gracias. Esto que has hecho no lo hace mucha gente.

-Bueno, son 50 céntimos. Si hubiesen sido 50 euros me hubiese callado como una puta–mucho me temo que con estas palabras estaba intentando demostrar ante todos sus clientes, que me miraban como si yo fuese un extraterrestre, sí, pero de una civilización muy inferior a la terrícola, que yo no era un invasor venido de un lejano planeta con la maléfica intención de conquistar las casetas de los libreros.

-No lo creo. No es el importe, es el hecho.

El no lo cree, pero... ¿y yo?. ¿Qué hubiese hecho si en lugar de una mísera moneda de 50 céntimos hubiesen sido 50 euros?... ¿Qué hubiese hecho si en lugar de un obsoleto pendrive de a 8 euros el kilo hubiese sido una iPod, codiciado objeto de lujo para los pobres como yo, con un número de teléfono apuntado en su carcasa?... ¿Cuál es el precio de la honradez?... ¿Cuál es el precio de MI honradez?... Y lo que es más importante... ¿habrá realmente civilizaciones extraterrestres inferiores a la terrícola?...

No lo sé, pero hoy me han faltado 50 putos céntimos para tabaco.

viernes, 8 de junio de 2007

Date prisa que ya son la parada y diez


Todos tenemos un reloj biológico, pero unos pocos afortunados tienen además la función despertador acoplada en su reloj biológico. Son capaces de despertarse a tal o cual hora sin necesidad de poner artefacto mecánico externo alguno. Su despertador biológico les despertará en el momento justo en el que ellos, antes de dormirse, determinaron que debían despertarse.

A mi la fortuna me ha sonreído a medias en ese sentido. Tengo un pequeño despertador biológico, nada del otro mundo, digamos que es como un Casio cutre y feo, que sólo funciona cuando voy en el bus. Si me he quedado sopa, me despertará cuando llegue a mi parada.

Y no es que yo sea de esos que en cuanto acopla el culo en el asiento y la oreja en la ventanilla, o la nuca en el reposa-cabezas, se queda dormido. No, a mí me cuesta tres cuartos de viaje el quedarme sopa, y no es un sueño profundo el mío, es más bien una cabezadita, lo suficiente para que no se te parta el cuello, y para que mi pequeño despertador biológico me haga abrir los ojos justo cuando llega mi parada.

Pero hoy, por primera vez, mi despertador biológico ha fallado. En lugar de despertarme en mi parada lo ha hecho en la parada siguiente. Y me he quedado preocupado porque no sé si mi despertador falla ya de viejo que es, si es que se está quedando sin pilas, o simplemente que atrasa una parada (mal menor este último, teniendo en cuenta que se soluciona subiendo una parada antes).

O puede que tal vez sea que este jueves me pasase lo mismo que a una viajera el otro día, que le comentaba a su madre por el móvil que estaba muy cansada.

Ella, además de muy cansada, le dijo a su madre con un tono de voz tan derrotista que preocuparía hasta a la menos madre de las madres, que estaba muy harta y muy triste. Yo, en cambio, no pasaré de decir que hoy estaba muy cansado si no es en presencia de mi relojero.

viernes, 1 de junio de 2007

El título




- Tengo un título muy bueno para un cuento.



- ¿Cuál?



- Te vas a cagar cuando te lo diga.

- Me gusta.



- ¿El qué?



- El título.



- Eso no era el título.

- Pues debería serlo. Es bueno.

- ...