Las mesas de los relojeros tienen, además de multitud de piezas colocadas sobre ellas en un orden caótico que supongo sólo serán capaces de entender los relojeros, una característica muy especial y yo diría que única en el apasionante universo de las mesas. Fijaros bien la próxima vez que vayáis a cambiar la pila de vuestro reloj de pulsera y veréis como las mesas de los relojeros tienen apoyabrazos. Como las sillas, los sofás, los tronos, y los amigos de los borrachos, aunque en este último caso la lingüística ha preferido cambiarle el nombre por el de hombros.
Pero los apoyabrazos de las mesas de los relojeros no son unos apoyabrazos cualesquiera. Están preparados para que el relojero, cuando esté sentado frente a la mesa, mantengan sus brazos de manera que sus manos queden una frente a otra y a una leve distancia de la cara del relojero, en una clara posición ventajosa para la manipulación de cualquier artefacto de pequeño tamaño como es, por ejemplo, un reloj o cualquiera de las piezas que lo componen.
Nótese, por otro lado, que la postura que una mesa de relojero te hace adoptar es también perfecta para otro tipo de actividades como son la de pensar, esperar, o hacer puñetas, es decir, entrelazar los dedos de las manos y darle vueltas a los pulgares uno alrededor del otro. Ruego no confundir con otras acepciones del término puñetas.
Hacer puñetas con los pulgares es un noble arte que se está perdiendo desde la llegada de las nuevas tecnologías. Ahora, por ejemplo, cuando la gente tiene que esperar, por lo que sea, en lugar de hacer puñetas como se ha hecho toda la vida coge su móvil y manda un sms a ese amigo que hace meses que no ve, del que hacía meses que no se acordaba, y del que probablemente no se acordará hasta que tenga que volver a esperar por algo o por alguien. El texto es un estándar pactado secretamente por las operadoras telefónicas e inducido subliminalmente a los usuarios por medio de las facturas telefónicas, esas hojas que nos llegan al buzón metidas en unos sobre y que llevan una interminables lista de lo que parecen ser números telefónicos, pero que debe ser algún tipo de código de programación secreta que se nos mete en el cerebro y que nos lo programa para mandar el texto en cuestión. A saber: “Hola. ¿Qué tal todo?.”. También hay un texto estándar inducido secretamente como respuesta cuando recibimos el sms anterior: “Bien, ¿y tú?.
Como todo código de programación que se precie tiene errores que pueden provocar en el usuario respuestas tan anómalas como ponerse a escuchar con el volumen al máximo todos y cada uno de los tonos de llamada que trae de fábrica el teléfono, o escribir la primera parte de El Quijote con la opción de “sonido en pulsación de tecla” activado. Estos errores se dan siempre en lugares públicos, como pueden ser el metro, el autobús, el bar de la esquina, o la sala de espera del hospital, ese lugar donde por favor, se ruega silencio.
Yo creo que si en lugar de llenar el mundo de móviles lo hubiesen llenado de mesas de relojeros seriamos todos más felices.
Pero es una opinión personal, así que podéis mandarme a hacer puñetas si no estáis de acuerdo.