Esta mañana, al llegar a la oficina, metí por error la tarjeta de crédito en la ranura de acceso al edificio y Jesús, el de seguridad, salío de su chiscón y me dió dos billetes de veinte y el resguardo impreso con el movimiento y el saldo.
- Buenos días, Don Carlos.
- Buenos días, Jesús.
En mi despacho, sentado en mi sillón de cuero y madera noble, me esperaba un vendedor de Biblias que se levantó al llegar yo y que, muy amablemente, me ofrecio una de sus Biblias para ateos.
- ¿Qué cuesta?...
- Veinte euros, y si se lleva dos le regalo el Evangelio para agnósticos.
Compré dos Biblias y, tras poner el Evangelio entre las dos, las até con un cordón de oro y las metí en un sobre corporativo en el que escribí "Sándwich mixto de creencias". Llamé al mensajero.
- Lleva esto a Martínez, en la planta 4ª.
- De acuerdo, Don Carlos.
Diez minutos más tarde Martínez me llamaba desde la planta 4ª.
- He visto la luz, Don Carlos.
- Me alegro por ello, Martínez, me alegro. Suba a devolverme el cordón de oro.
Martínez se presentó vestido una una túnica naranja y acompañado por doce empleados del departamento de Recursos Humanos. El más joven de ellos, becario de profesión (y de procesión), se había rapado el pelo al cero.
- El Dinero es mi pastor, nada me faltará.
- Bien, Martínez, bien. Por cierto, este joven del pelo rapado te traicionará antes de las 18:00. Es mejor que lo despidas.
A las 17:00 me llamó Martínez. Se le notaba nervioso.
- El joven becario se ha vuelto loco, y ha dicho que va a matarle. He llamado a la policía.
- Joder, Martínez, ¿¡la policía!?.
La puerta del despacho se abrió de golpe presentándome al joven becario con peluca, gafas de sol y una soga en una mano.
- Me ha destrozado usted la vida, Don Carlos... pagará por ello.
- Vale, de acuerdo, pero cierra la puerta.
A las 17:30, después de confesarme que él entró en mi empresa por enchufe, se colgó con su soga de la lámpara del techo, una joya del siglo XVII. Mientras pataleaba, colgado como un salchichón, oí como la policía llegaba al edificio, con sus sirenas y sus gritos. La puerta se abrió de una patada justo en el momento en el que, agachado junto al retrete, trataba de deshacerme de todas mis drogas.
- Buenas tardes, agente. ¿Un café?.
- ¡Se te ha caído el pelo!. Con leche, por favor
En ese momento la peluca del becario resbaló de su cabeza y cayó a los pies del agente que, sobresaltado, le pegó tres tiros a aquel amasijo de pelos.
Soy inocente de la muerte de esa peluca, Señoría.
4 mensajes en la botella:
Jops!
Náufrago, por favor, di que esta historia no es real... que ha sido sólo la consecuencia de una pasti lumbarguera, lumbal... lo que sea! de más... Dïmelo por favor.
Porque si una mañana al llegar al trabajo meto la visa en vez de la tarjeta de acceso... te prometo que me doy la vuelta y me vuelvo a casa. ¡Vamos que si me retornnno a mí misma a mi misma casa! Y no salgo de allí en un mes.
Sólo de leerte ya estoy desquiciada...
Besos locos, loquitos, locos.
Bueno, vale, Trasto, me has pillado, no es verdad, lo reconozco, mi sillón no es de piel, es de escai; y no era la tarjeta Visa, era la del videoclub y Jesús, el de seguridad, no me dió 2 billetes de 20 euros, me dio una peli guarra.
¿¡Tan raro es equivocarse de tarjeta!?
ehhh...psssss....oiga, ¿tendría un vasito de agua por ahí?...es que me he apretado la soga demasiado al cuello en un intento de involucrarle en el supuesto asesinato-suicidio y tengo un nudo en la garganta que ni le cuento, ...
Fdo: El becario vengador, ya sin la peluca de los güevos
Genial, como siempre. :D
Conoces al escritor Boris Vian? Me recuerda un poco...
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